DONDE BRILLA LA LUZ

Aprecio cualquier cosa que Dios me da, pero no la añoro cuando desaparece. En cierta ocasión, alguien me regaló un bonito abrigo y un sombrero, ambos muy costosos. Allí comenzaron mis preocupaciones; tenía que estar pendiente de no rasgarlos ni mancharlos, y eso me hacía sentir incómodo. Yo pensaba: «Señor, ¿por qué me has dado esta preocupación?». Un día, debía dar una conferencia en el Trinity Hall, aquí, en Los Ángeles. Cuando llegué al vestíbulo del auditorio y comencé a quitarme el abrigo, el Señor me dijo: «Retira tus pertenencias de los bolsillos». Y así lo hice. Cuando volví al guardarropa, después de la conferencia, el abrigo había desaparecido. Yo estaba contrariado, y alguien comentó: «No se preocupe; le conseguiremos otro abrigo». Yo respondí: «No estoy disgustado por haber perdido el abrigo, sino porque quien se lo apropió ¡no se llevó también el sombrero que hace juego!».