LA MEDIDA DE LA PROFUNDIDAD DE LA MEDITACIÓN

Tanto en el transcurso de la meditación cómo al finalizarla, el devoto llega a un estado en que sus pensamientos se manifiestan con gran sencillez: “Señor, solo sé que te amo”. Cuando conversa mentalmente con el Amado Divino y experimenta ese amor en su corazón, sabe que, en verdad, se encuentra firmemente sujeto de la mano de Dios. Éste ha sido siempre el criterio por el cual me ha sido posible juzgar mis propias meditaciones y su profundidad. Tan solo permanece una expresión sincera que brota del corazón, de la mente y del alma: “Nada tengo nada que pedir, Señor. Nada que exigir. Nada que decir, excepto “Te amo”. Y no quiero ninguna otra cosa más que gozar de este amor, atesorarlo, prenderlo a mi alma y embriagarme siempre de él. No existe nada en el Mundo – ni el poder mental, ni el apetito de los sentidos – que pueda apartar mi pensamiento de esta declaración de mi amor por ti”.