VEN A MÍ, ¡OH CRISTO!, COMO EL BUEN PASTOR

¡Oh Cristo, bienamado Hijo de Dios!, te embarcaste en un mar agitado por una tempestad de mentes prejuiciosas. Las despiadadas olas de sus pensamientos laceraron tu tierno corazón.

Tu pasión en la cruz fue una victoria inmortal de la humildad sobre la fuerza, del alma sobre el cuerpo. Que tu ejemplo inefable nos aliente a soportar con valor nuestras pequeñas cruces.

¡Oh Gran Amante de la humanidad desgarrada por el error! En miríadas de corazones se ha levantado un invisible monumento al supremo milagro de amor que fueron tus palabras: «Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen».