LA RESURRECCIÓN DE JESÚS Y SU PRESENCIA SIEMPRE VIVIENTE

Nada es imposible para Dios ni para sus grandes devotos. En la resurrección de Jesús, nuestro Creador nos asegura que los devotos que han alcanzado la unión con Él pueden manifestar, si así lo desean, no sólo la inmortalidad del alma sino también la del cuerpo.

El drama entero de la vida de Jesús fue un testimonio de la supremacía del espíritu del hombre sobre la materia. Él se había encarnado voluntariamente en un cuerpo humano, adoptando sus limitaciones inherentes, a fin de mostrar a las almas que se encuentran cautivas de la materia cómo vencer todas las formas de engaño que les fueron impuestas por el vasto poder del Satanás Cósmico. La resurrección de Jesús demostró la consumación de esa victoria: «y el último enemigo en ser destruido será la Muerte». (Corintios 15:26).

Resucitar significa levantarse de nuevo. ¿Qué es lo que se levanta de nuevo, y cómo? Si bien devolver la vida a un cuerpo muerto -como hizo Jesús en el caso de Lázaro- se trata en verdad de una forma de resurrección, lo que Jesús demostró después de su crucifixión fue mucho más excelso: la resurrección del alma hasta alcanzar su unidad con el Espíritu, la ascensión del alma desde su ilusorio confinamiento en la conciencia corporal hasta recobrar su innata inmortalidad y lograr la libertad eterna. Lázaro y otros cuyos cuerpos resucitaron de entre los muertos por obra de Jesús obtuvieron una nueva vida, una nueva oportunidad de avanzar espiritualmente. En cambio, la resurrección de Jesús elevó su conciencia por encima de todas las relatividades de la creación vibratoria e hizo que su Ser se fundiera en el Padre trascendental, el Espíritu Absoluto.

Paramahansa Yogananda. Libro «La Segunda Venida de Cristo – Vol III». Pág 433