BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ, PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS

Los verdaderos pacifistas son aquellos que generan la paz por medio de su devota práctica de la meditación diaria. La paz es la primera manifestación de la respuesta de Dios en la meditación. Quienes conocen a Dios como Paz en el templo interior del silencio y reverencian al Dios de la Paz que allí se encuentra son sus hijos verdaderos, en virtud de esta relación de comunión divina.

Una vez que han percibido la naturaleza de Dios como paz interior, los devotos desean que el Dios de la Paz se manifieste por siempre en su hogar, en su comunidad, en su país y entre todas las razas y nacionalidades. El que lleva la paz a una familia inarmoniosa ha establecido a Dios en ese lugar. Quienquiera que destierre la incomprensión entre las almas las ha unido en la paz de Dios. Todo aquel que, dejando a un lado la avaricia y el egoísmo nacionalista, procure crear la paz entre naciones en conflicto está implantando a Dios en el corazón de esas naciones. Aquellos que promueven y facilitan la paz dan expresión al amor unificador de Cristo que reconoce a cada alma como un hijo de Dios.

La conciencia de «hijo de Dios» hace que una persona sienta amor por todos los seres. Quienes son verdaderos hijos de Dios no pueden percibir diferencias entre un indio, un estadounidense o una persona de cualquier otra raza o nacionalidad. Por un corto lapso, las almas inmortales se visten con el atavío de cuerpos blancos, negros, morenos, cobrizos o aceitunados. ¿Consideramos acaso que el país de origen de una persona varíe por el hecho de vestirse con ropas de diferentes colores? Cualquiera que sea su nacionalidad o el color de su cuerpo, cada uno de los hijos de Dios es un alma. El Padre no reconoce ninguna de las distinciones creadas por los seres humanos. Él ama a todos, y sus hijos deben aprender a vivir en ese mismo estado de conciencia. Cuando el hombre confina su identidad a su naturaleza humana exclusivista, ocasiona incontables males y hace surgir el fantasma de la guerra.

A los seres humanos les fue concedido un potencial ilimitado, con el fin de que demuestren que en verdad son hijos de Dios. Ante tecnologías tales como la de la bomba atómica, nos damos cuenta de que, a no ser que el hombre utilice sus poderes correctamente, se destruirá a sí mismo. El Señor podría incinerar este planeta en un segundo si perdiese la paciencia con sus hijos descarriados, pero no lo hace. Y así como Él jamás haría mal uso de su omnipotencia, también nosotros, por estar hechos a su imagen, debemos actuar como dioses y conquistar el corazón del prójimo mediante el poder del amor; de lo contrario, la humanidad tal como la conocemos desaparecerá sin duda. El poder del hombre para hacer la guerra se está incrementando; en igual medida, debe crecer también su capacidad para hacer la paz. El mejor modo de contrarrestar la amenaza de la guerra es la fraternidad, tomar plena conciencia de que, como hijos de Dios, somos una sola familia.

Quienquiera que estimule el conflicto entre naciones hermanas bajo el disfraz del patriotismo es un traidor a su familia divina, un hijo desleal de Dios. Todo el que promueva por medio de falsedades y chismes la enemistad entre los miembros de su familia, vecinos o amigos, o que de alguna manera sea un instrumento de discordia, está profanando el templo divino de la armonía.

Cristo y otras grandes almas nos han dado la receta para lograr la paz interior y, también, la paz entre individuos y naciones. ¡Por cuánto tiempo ha vivido el hombre en la oscuridad de la incomprensión e ignorancia con respecto a estos ideales! El verdadero arte crístico de vivir puede desterrar los conflictos entre los seres humanos y el horror de la guerra, así como traer paz y comprensión al mundo; todos los prejuicios y enemistades deben desaparecer. Ése es el desafío que se les plantea a aquellos que aspiran a ser los divinos adalides de la paz.

Paramahansa Yogananda. Libro «El yoga de Jesús». Pág 91