LA CUALIDAD DE LA FE
La relación gurú-discípulo perfecciona en el chela la cualidad de la fe. El mundo en el cual vivimos se basa en la relatividad y es, por consiguiente, inestable. No sabemos, de un día a otro, si nuestro cuerpo se encontrará en buenas condiciones o si será víctima de la enfermedad. Ignoramos si nuestros seres queridos, de cuya compañía disfrutamos hoy, se encontrarán con nosotros mañana o habrán abandonado ya esta tierra. No sabemos si la paz de la cual gozamos hoy será mañana destruida por la guerra. Este desconocer crea en el hombre una gran inseguridad. Es por ello que existe actualmente tanta inquietud, e incluso tantas enfermedades mentales. Y ésta es también la razón por la cual el hombre se aferra ciegamente a las posesiones materiales: Anhela conquistar una posición superior, adquirir mayor prestigio y fama, más dinero; desea una casa más grande, más vestimentas, un nuevo automóvil. Todas estas cosas, cree él, le aportarán la seguridad en un mundo lleno de temor e incertidumbre. En su lucha por conquistar meros objetos, los convierte en sus dioses.
La verdadera fe se basa en la experiencia de la verdad y la realidad, y consiste en la certidumbre y el conocimiento directo de que existen fuerzas divinas que sustentan la creación. El hombre padece de inseguridad porque carece de semejante fe. Jesucristo dijo: «En verdad os digo que si tuvieseis fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: «Desplázate de aquí allá»; y se desplazará, y nada os sería imposible» (San Mateo 17:20).
La razón por la cual no expresamos mayor fe en nuestras vidas es porque nos es muy difícil creer siquiera en «cosas no visibles». En verdad, el hombre no puede disponer de fe mientras no conozca algo en su vida que no le fallará jamás. La relación gurú- discípulo aporta esta seguridad. El discípulo descubre en el gurú al representante de la Divinidad: un ser que vive de acuerdo a los principios divinos, poniendo de manifiesto en su propia vida la presencia de Dios; él es, en efecto, un ejemplo viviente de las «cosas no visibles».
El gurú es también una manifestación del incondicional amor divino. Él es el único ser cuyo amor por nosotros jamás cambia, no importa cómo actuemos. Y a medida que apreciamos las demostraciones del amor del gurú en nuestra vida, día tras día, año tras año, nuestra fe en él crece. Es así como aprendemos que podemos confiar en semejante amor. Comprendemos que Dios nos ha enviado a alguien que velará por nosotros en todo momento, cada día de nuestra existencia, vida tras vida: alguien que jamás nos perderá de vista. Éste es el gurú, y nuestra fe en él se desarrolla en nosotros en la medida en que percibimos su unidad con el Espíritu inmutable, siempre constante.
La relación gurú-discípulo exige una fe total por parte del discípulo. El gurú dice al chela: «Hijo mío, si deseas conocer a Dios, si anhelas poder retornar a Él, debes desarrollar la fe en Aquello que no te es posible ver, que no puedes en este momento tocar, Aquello que no es posible conocer a través de la percepción sensorial. Debes tener fe en Aquél que es invisible, puesto que Él es la única Realidad que reside más allá de todo cuanto parece al presente tan real a tus limitados sentidos humanos».
Mrinalini Mata. Libro “La relación gurú – discípulo”. Pág 29