LA MEDIDA DE LA PROFUNDIDAD DE LA MEDITACIÓN

LA MEDIDA DE LA PROFUNDIDAD DE LA MEDITACIÓN

Tanto en el transcurso de la meditación como al finalizarla, el devoto llega a un estado en que sus pensamientos se manifiestan con gran sencillez: “Señor, sólo sé que te amo”. Cuando conversa mentalmente con el Amado Divino y experimenta ese amor en su corazón, sabe que, en verdad, se encuentra firmemente sujeto de la mano de Dios.  Éste ha sido siempre el criterio por el cual me ha sido posible juzgar mis propias meditaciones y su profundidad. Tan solo permanece una expresión sincera que brota del corazón, de la mente y del alma: «Nada tengo nada que pedir, Señor. Nada que exigir. Nada que decir, excepto “Te amo”. Y no quiero ninguna otra cosa más que gozar de este amor, atesorarlo, prenderlo a mi alma y embriagarme siempre de él. No existe nada en el mundo – ni el poder mental, ni el apetito de los sentidos – que pueda apartar mi pensamiento de esta declaración de mi amor por ti».

La mayor tentación e ignorancia consiste en permitir que algún obstáculo se interponga en la consecución de este objetivo. No lo lograremos abandonando nuestros deberes, los cuales, a decir verdad, nos han sido encomendados por Dios y por nuestro karma. Este logro se presenta al aceptar con fortaleza, valor y fe todo aquello que debamos afrontar cada día, al mismo tiempo que mantenemos la mente fija en la estrella polar de la presencia de Dios. De esto se trata la vida. Su único propósito es impulsarnos a superar la terrible ilusión de encontrarnos separados del Señor, nuestro Creador, y que recuperemos, mediante la sencilla práctica del amor, la devoción y la conversación silenciosa, el perdido legado divino que nos corresponde como hijos de Dios. En el santuario de nuestra mente, Dios nos ha otorgado libertad de pensamiento y un remanso de intimidad. Nadie puede violar esa libertad ni ese espacio reservado donde puedes estar a solas. En dicho santuario interior, el Señor nos ha concedido a cada uno de nosotros la oportunidad sin límites de manifestarle nuestro amor y comulgar con Él. Nadie tiene por qué enterarse de la silenciosa adoración que le ofrendamos en nuestro interior; un dulce y sagrado intercambio de amor y gozo entre el alma y el Señor que la ha sustentado a lo largo de millones de encarnaciones y que continuará haciéndolo por toda la eternidad.

Sri. Daya Mata. Libro «El Gozo que buscas esta en tu interior». Pág 148

Compartir en