SAN LYNN: EL MAGNATE QUE SE CONVIRTIÓ EN UN SER ILUMINADO POR DIOS

Los periódicos comentan el extraordinario éxito material de James J. Lynn y cómo se ganó un profundo respeto en el mundo de los negocios; sin embargo, no aportan una idea exacta de lo que fue la mayor hazaña de su vida: el logro espiritual interior. Con la práctica del Kriya Yoga obtuvo un progreso espiritual tan extraordinario que Paramahansa Yogananda se refería a él como «San Lynn». El siguiente relato está tomado de la revista Self-Realization que en 1992, con motivo del centenario del nacimiento de Rajarsi, publicó un artículo conmemorativo, el cual arroja más luz sobre la faceta espiritual de este hombre que, además de convertirse en millonario por méritos propios, alcanzó la unión con Dios mediante la práctica de la antigua ciencia del yoga originaria de la India.

EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL SURGE DEL ESFUERZO DIARIO DE CAMBIARNOS A NOSOTROS MISMOS

Así es como nosotros cambiamos. No tenemos que permanecer como estamos; no necesitamos convertirnos en “muebles psicológicos”, como Paramahansaji solía decir. Los muebles nunca cambian. Si estuviera en su forma original, crecería y produciría, pero cuando es transformado en una silla o en una mesa deja de mejorar. Ya sólo se hace viejo, se deteriora y desmorona.

Para crecer espiritualmente hay que estar intentando constantemente cambiarnos a nosotros mismos. La espiritualidad no es algo que pueda injertarse a nosotros desde fuera – como un “halo” que pudiéramos modelar y poner en nuestras cabezas-. Proviene de un continuo y paciente esfuerzo día a día y de un relajado sentido de entrega a la Divinidad. No es que repentinamente la Luz de Dios descienda sobre nosotros y nos convierta instantáneamente en unos santos. No; es nuestro esfuerzo diario por cambiarnos a nosotros mismos y de entregar nuestro corazón, mente y alma a Dios, en la meditación y en la actividad.

YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA

Entonces Jesús les dijo de nuevo:

“En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas.  Cuantos han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.  Yo soy la puerta.  Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto.  El ladrón solo viene a robar, matar y destruir.  Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Juan 10:7-10).

La Conciencia Crística es la puerta.  Si algún devoto la atraviesa mediante la práctica de la meditación -es decir, si puede percibir que la Conciencia Crística presente en mí se encuentra también en su propia alma- logrará la salvación.  Tendrá el privilegio de atravesar la puerta pránica de la estrella del ojo espiritual, “entrará y saldrá” podrá escapar para siempre del sufrimiento de las reencarnaciones y alcanzar la libertad absoluta de la Conciencia Cósmica, o bien regresar al mundo por voluntad propia con el propósito de ayudar a la humanidad.  Hallará el “pasto” de la felicidad eterna.

LA AYUDA SUPREMA SE PRESENTA AL “SINTONIZARNOS” CON EL ESPÍRITU

Somos cual niños pequeños que han sido abandonados en el bosque de la vida, y se han visto forzados a aprender a través de sus propias experiencias y dificultades, cayendo en las trampas de la enfermedad y de los malos hábitos. Una y otra vez nos vemos obligados a clamar pidiendo ayuda. No obstante, la Ayuda Suprema sólo viene a nosotros cuando nos sintonizamos con el Espíritu.

LA MEDIDA DE LA PROFUNDIDAD DE LA MEDITACIÓN

Tanto en el transcurso de la meditación cómo al finalizarla, el devoto llega a un estado en que sus pensamientos se manifiestan con gran sencillez: “Señor, solo sé que te amo”. Cuando conversa mentalmente con el Amado Divino y experimenta ese amor en su corazón, sabe que, en verdad, se encuentra firmemente sujeto de la mano de Dios.  Éste ha sido siempre el criterio por el cual me ha sido posible juzgar mis propias meditaciones y su profundidad. Tan solo permanece una expresión sincera que brota del corazón, de la mente y del alma: “Nada tengo nada que pedir, Señor. Nada que exigir. Nada que decir, excepto “Te amo”. Y no quiero ninguna otra cosa más que gozar de este amor, atesorarlo, prenderlo a mi alma y embriagarme siempre de él. No existe nada en el Mundo – ni el poder mental, ni el apetito de los sentidos – que pueda apartar mi pensamiento de esta declaración de mi amor por ti”.

EL MAESTRO ERA EN CIERTO MODO COMO EL UNIVERSO: LO SABÍA TODO, LO PERCIBÍA TODO

Entré en contacto con el Maestro y con las enseñanzas de Self-Realization en otoño de 1945 de un modo totalmente inesperado. Yo había intuido que algo se estaba acercando a mi vida, y afirmé: «Señor, si existes, te desafío a que me lo demuestres». Era una exigencia muy fuerte. Dos semanas después, una amiga mía vino y me dijo simplemente: «Vamos a Hollywood».

Nunca me imaginé que íbamos a ir a un templo, al Templo de Self-Realization Fellowship. Y cuando mi amiga me dijo el nombre, pensé: «Bueno, ¿qué significa eso?». Supuse que tal vez habría allí una especie de clérigo filósofo que hablaría sobre alguna clase de pensamientos filosóficos en torno a la religión, o algo así.

Pero cuando apareció el Maestro y lo vi, pensé: «No es un ser corriente. Este hombre conoce a Dios». A menudo pienso: «¿Cómo puedes explicarle a alguien la omnisciencia?».

CONSEJOS PRÁCTICOS PARA MANIFESTAR LA CONCIENCIA DIVINA EN LA VIDA DIARIA

A menudo, cuando los devotos piden: “Cuéntenos anécdotas sobre el Maestro”, esperan oír relatos de curaciones o poderes milagrosos. El Maestro tenía esos poderes; yo le vi manifestarlos en muchas ocasiones. Pero llegué a comprender que el poder del Gurú era mucho más profundo, mucho mayor que el de cualquier despliegue espectacular. Él tenía el poder de elevar y transformar para siempre la vida de los seres humanos.

SI PRIVAMOS A UN NIÑO DEL AMOR, ÉSTE NO PODRÁ CONVERTIRSE EN UN JOVEN O ADULTO EQUILIBRADO Y FELIZ

Para aquellos que todavía no comprenden por qué han venido a este mundo, la vida puede parecerles extraña y desconcertante. Muy pocos conocen el hecho de que este mundo es una escuela, y que deberán continuar encarnando en la Tierra hasta haber aprendido perfectamente las lecciones que ésta ofrece. El fin principal de nuestra inteligencia humana no es aprender un oficio, una profesión o una ciencia, sino lograr la comunión divina: encontrar a Dios.

Además, hay algo que muy pocos saben y es lo siguiente: en el período que transcurre entre cada una de sus encarnaciones en esta tierra, a la cual viene con el propósito de aprender, el alma después de la muerte se retira al mundo astral, para disfrutar de «vacaciones» y descansar así de las duras lecciones de las experiencias terrenales. Los planos superiores de aquel mundo son mucho más hermosos y perfectos que los del nuestro.

MEDITARÉ

Amado Dios, puesto que no es posible ejecutar ningún compromiso terrenal sin utilizar las facultades recibidas de Ti, renunciaré a todo cuanto pueda impedirme cumplir mi compromiso de meditar diariamente en Ti.
Hoy meditaré, sin tener en cuenta cuán cansado crea estar. Mientras me esfuerzo por meditar, no consentiré ser una víctima de los ruidos que distraen la atención. Transferiré mi conciencia al mundo interior.
Atravesando la puerta de la meditación, me adentraré en el divino templo de la paz eterna y adoraré allí a Dios ante el altar del contentamiento siempre renovado. Para iluminar su templo en mi interior, encenderé en éste el fuego de la felicidad.

LA CUALIDAD DE LA FE

La relación gurú-discípulo perfecciona en el chela la cualidad de la fe. El mundo en el cual vivimos se basa en la relatividad y es, por consiguiente, inestable. No sabemos, de un día a otro, si nuestro cuerpo se encontrará en buenas condiciones o si será víctima de la enfermedad. Ignoramos si nuestros seres queridos, de cuya compañía disfrutamos hoy, se encontrarán con nosotros mañana o habrán abandonado ya esta tierra. No sabemos si la paz de la cual gozamos hoy será mañana destruida por la guerra. Este desconocer crea en el hombre una gran inseguridad. Es por ello que existe actualmente tanta inquietud, e incluso tantas enfermedades mentales. Y ésta es también la razón por la cual el hombre se aferra ciegamente a las posesiones materiales: Anhela conquistar una posición superior, adquirir mayor prestigio y fama, más dinero; desea una casa más grande, más vestimentas, un nuevo automóvil. Todas estas cosas, cree él, le aportarán la seguridad en un mundo lleno de temor e incertidumbre. En su lucha por conquistar meros objetos, los convierte en sus dioses.