Artículos tomados de los escritos de Paramahansa Yogananda y de algunos de sus díscipulos más cercanos

YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA
Entonces Jesús les dijo de nuevo:
“En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas. Cuantos han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto. El ladrón solo viene a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. (Juan 10:7-10).
La Conciencia Crística es la puerta. Si algún devoto la atraviesa mediante la práctica de la meditación -es decir, si puede percibir que la Conciencia Crística presente en mí se encuentra también en su propia alma- logrará la salvación. Tendrá el privilegio de atravesar la puerta pránica de la estrella del ojo espiritual, “entrará y saldrá” podrá escapar para siempre del sufrimiento de las reencarnaciones y alcanzar la libertad absoluta de la Conciencia Cósmica, o bien regresar al mundo por voluntad propia con el propósito de ayudar a la humanidad. Hallará el “pasto” de la felicidad eterna.

LA AYUDA SUPREMA SE PRESENTA AL “SINTONIZARNOS” CON EL ESPÍRITU
Somos cual niños pequeños que han sido abandonados en el bosque de la vida, y se han visto forzados a aprender a través de sus propias experiencias y dificultades, cayendo en las trampas de la enfermedad y de los malos hábitos. Una y otra vez nos vemos obligados a clamar pidiendo ayuda. No obstante, la Ayuda Suprema sólo viene a nosotros cuando nos sintonizamos con el Espíritu.

LA MEDIDA DE LA PROFUNDIDAD DE LA MEDITACIÓN
Tanto en el transcurso de la meditación cómo al finalizarla, el devoto llega a un estado en que sus pensamientos se manifiestan con gran sencillez: “Señor, solo sé que te amo”. Cuando conversa mentalmente con el Amado Divino y experimenta ese amor en su corazón, sabe que, en verdad, se encuentra firmemente sujeto de la mano de Dios. Éste ha sido siempre el criterio por el cual me ha sido posible juzgar mis propias meditaciones y su profundidad. Tan solo permanece una expresión sincera que brota del corazón, de la mente y del alma: “Nada tengo nada que pedir, Señor. Nada que exigir. Nada que decir, excepto “Te amo”. Y no quiero ninguna otra cosa más que gozar de este amor, atesorarlo, prenderlo a mi alma y embriagarme siempre de él. No existe nada en el Mundo – ni el poder mental, ni el apetito de los sentidos – que pueda apartar mi pensamiento de esta declaración de mi amor por ti”.

EL MAESTRO ERA EN CIERTO MODO COMO EL UNIVERSO: LO SABÍA TODO, LO PERCIBÍA TODO
Entré en contacto con el Maestro y con las enseñanzas de Self-Realization en otoño de 1945 de un modo totalmente inesperado. Yo había intuido que algo se estaba acercando a mi vida, y afirmé: «Señor, si existes, te desafío a que me lo demuestres». Era una exigencia muy fuerte. Dos semanas después, una amiga mía vino y me dijo simplemente: «Vamos a Hollywood».
Nunca me imaginé que íbamos a ir a un templo, al Templo de Self-Realization Fellowship. Y cuando mi amiga me dijo el nombre, pensé: «Bueno, ¿qué significa eso?». Supuse que tal vez habría allí una especie de clérigo filósofo que hablaría sobre alguna clase de pensamientos filosóficos en torno a la religión, o algo así.
Pero cuando apareció el Maestro y lo vi, pensé: «No es un ser corriente. Este hombre conoce a Dios». A menudo pienso: «¿Cómo puedes explicarle a alguien la omnisciencia?».

CONSEJOS PRÁCTICOS PARA MANIFESTAR LA CONCIENCIA DIVINA EN LA VIDA DIARIA
A menudo, cuando los devotos piden: “Cuéntenos anécdotas sobre el Maestro”, esperan oír relatos de curaciones o poderes milagrosos. El Maestro tenía esos poderes; yo le vi manifestarlos en muchas ocasiones. Pero llegué a comprender que el poder del Gurú era mucho más profundo, mucho mayor que el de cualquier despliegue espectacular. Él tenía el poder de elevar y transformar para siempre la vida de los seres humanos.

SI PRIVAMOS A UN NIÑO DEL AMOR, ÉSTE NO PODRÁ CONVERTIRSE EN UN JOVEN O ADULTO EQUILIBRADO Y FELIZ
Para aquellos que todavía no comprenden por qué han venido a este mundo, la vida puede parecerles extraña y desconcertante. Muy pocos conocen el hecho de que este mundo es una escuela, y que deberán continuar encarnando en la Tierra hasta haber aprendido perfectamente las lecciones que ésta ofrece. El fin principal de nuestra inteligencia humana no es aprender un oficio, una profesión o una ciencia, sino lograr la comunión divina: encontrar a Dios.
Además, hay algo que muy pocos saben y es lo siguiente: en el período que transcurre entre cada una de sus encarnaciones en esta tierra, a la cual viene con el propósito de aprender, el alma después de la muerte se retira al mundo astral, para disfrutar de «vacaciones» y descansar así de las duras lecciones de las experiencias terrenales. Los planos superiores de aquel mundo son mucho más hermosos y perfectos que los del nuestro.